Sueño

domingo, 7 de junio de 2009

Era la noche más oscura de invierno, la alta y rocosa estructura del castillo estaba en completo silencio y sus murallas se alzaban imponentes al cielo llenando todo de sombras, en el exterior solo se podía escuchar el escalofriante aullar del viento presagiando desgracia.
Las puertas de una de las mazmorras se abrieron de par en par con un estrepitoso ruido que acabó con el silencio, y pronto voces y gritos llenaron el vacio, mientras las palabras vibraban una y otra vez en las paredes y su eco quedaba flotando en el aire. La Emperatriz Cleo rogaba y suplicaba por la vida de su hija, mientras intentaba huir en vano de aquel monstruo que la perseguía.
-¡No, por favor! – Gritaba mientras las lagrimas caían por su rostro y las palabras le quemaban la garganta- ¡Ella no!, te lo ruego, déjala ir…ten piedad.

La Emperatriz cayó de rodillas al suelo vencida, la realidad la estaba golpeando en la cara, aquel hombre que ella tan bien conocía, aquellos ojos tan parecidos a unos que una vez amó, todo envuelto en una red de mentiras, celos, codicia y venganza, tan irreal, lo único que la mantenía viva todavía era ese pequeñito bulto tibio que llevaba en sus brazos, ella no tenía la culpa de nada, era solo una bebé.
Una risa malévola hizo vibrar las paredes, el sonido de mil pájaros volando inundó la habitación, un chirrido ensordecedor, una luz blanca cegadora y una gran ave de rapiña, tan negra como la noche, volando en su dirección, la Emperatriz apretó con más fuerza a su hija contra su pecho y todo se volvió negro.
-Alex, ¡Alex, despierta!
Alexandra Cane estaba empapada en sudor, otra vez esa pesadilla no la dejaba dormir. A los doce años de edad Alex tenia la piel pálida y sonrojada, su larga y sedosa cabellera negra contrastaba con sus inmensos ojos grises y pobladas pestañas.
-¿Qué? ¿Matilde? ¿Qué sucede?- preguntó todavía temblando por el sueño.
-Es tu mamá Alex…será mejor que vengas conmigo.
Rebeca Cane había estado enferma desde hacía varios meses. Una extraña enfermedad se había apoderado poco a poco de su cuerpo, ninguno de los doctores que la habían tratado podían llegar a un acuerdo, la enfermedad avanzaba cada vez más rápido, ninguno de los medicamentos surtía efecto y nadie era capaz de dar un diagnostico.
Día a día Rebeca empeoraba, lo que una vez había sido un perfecto rostro color marfil ahora solo era piel amarillenta pegada a los huesos, oscuras ojeras rodeaban sus ojos de un color castaño y su largo y negro cabello había perdido todo el brillo, todo en ella, desde los delicados y delgados brazos hasta sus agrietados labios, la hacía ver tan frágil, como si en cualquier momento se pudiera romper.
Alex sabia que solo era cuestión de tiempo, lo podía sentir en cada parte de su cuerpo, el miedo a lo inminente la invadía como un virus, se aferraba a la esperanza con todas sus fuerzas, pero cada día que pasaba la veía empeorar, la realidad la aterraba, incluso más que sus pesadillas, su mamá era todo lo que tenia, lo único que le quedaba. Hacía años ya que había dejado de preguntar por su padre, estaba acostumbrada a no tenerlo a un lado a no verlo, a veces envidiaba a sus amigas con sus familias perfectas, ella quiera lo mismo, sin embargo, ¿Cómo podía extrañar algo que nunca tuvo? Lo había imaginado muchas veces, se preguntaba de qué color tendría el cabello, si era alto o bajo, gordo o delgado, que libros le gustaban, cuál era su color favorito, pero lo único que sabía de él era que tenían los mismos ojos, su mamá siempre lo decía, pero Alex había dejado de preguntar una noche, su mamá no soportaba hablar de él, a pesar de ser tan joven podía ver en sus ojos que aquellas preguntas la lastimaban; sin embargo ahora nada de eso importaba, lo único que tenía sentido para ella en aquellos momentos era la figura frágil acostada en la cama.
-¿Mami? ¿Estás bien? ¿Qué sucede?- su voz sonaba incluso más leve que un suspiro, como si las palabras se negaran a salir de su boca.
Rebeca sonrió para tranquilizarla, pero la alegría no llegaba a sus ojos, a pesar de su estado esta vez lucia radiante, tenía un brillo extraño a su alrededor, como si por fin la paz la hubiese alcanzado, su rostro ya no reflejaba dolor pero sí un poco de tristeza, un poco de rubor había alcanzado sus mejillas, algo le dijo a Alex que las cosas no estaban bien, que algo estaba pasando.
-¡Alex, mi niña preciosa! Lamento mucho todo esto… no es justo para ti- silenciosas lagrimas resbalaban por sus mejillas, levanto una de sus temblorosas manos lentamente y tomó la de Alex-quiero que me escuches con atención… después de que me vaya…
Pero Alex la interrumpió apretando su mano un poco más fuerte, no quería escuchar aquello, no, ella era fuerte, iba a superar lo que fuese que tenia, no la podía dejar sola en el mundo, era lo único que había conocido, su única familia, oír aquellas palabras lo hacía todo tan real, tan verdadero que la aterrorizaba.
-¡No digas eso! ¡No vas a ir a ningún lado! ¿Recuerdas… juntas por siempre?
-Alexandra Cane- la voz de su madre era más fuerte y firme, la misma que ponía cuando daba una orden- debes escucharme no queda mucho tiempo… una vez que me haya ido…¡Silencio!- Bramó Rebeca justo cuando Alex se disponía a interrumpirla- deberás irte con Matilde muy lejos, ella cuidará de ti y te protegerá…¿Entiendes?.
Sus ojos denotaban un aire de suplica, como si aquello que estuviera diciendo fuese de vital importancia, como si de eso dependiera la vida de todos. Alex asintió sin saber que mas decir o hacer, era solo una niña que había tenido que soportar cargas mucho más pesadas que las de cualquier otra pequeña de doce años; desde que su madre enfermó se habían invertido los papeles de madre e hija y ahora era a ella a quien le tocaba cuidar de su mamá, ayudarla a comer, recordarle sus medicinas, mantenerla cómoda… Matilde ayudaba con todas las labores del hogar y por supuesto era su enfermera privada, pero eso no evitaba la creciente necesidad de Alex de madurar más rápido, de dejar de ser solo una niña.
-Tienes que escuchar y hacer todo lo que ella te diga- continuó Rebeca- y deberás tener mucho cuidado, escúchame bien, ten mucho cuidado en las noches, cuídate, no dejes que la oscuridad te rodee, evítala a toda costa. ¿Entiendes lo que te digo? – Alex asintió.
La suplica era latente en el rostro de Rebeca, Alex podía ver una mezcla de ansiedad, pánico y alivio en sus ojos, sin embargo la mano que la sujetaba ya no lo hacía con tanta fuerza, a los ojos que la observaban les costaba cada vez mas mantenerse abiertos y la voz que le pedía se extinguía poco a poco.
-Prométemelo…prométeme que no saldrás en las noches si puedes evitarlo, que no te pondrás en peligro, eres todo lo que tengo Alex, por favor promételo.
-Lo prometo…- las lagrimas comenzaban a caer por sus mejillas, era la peor noche de todas, la más insoportable, nunca había sentido un dolor igual, esa fue la noche que cambio el resto de su vida.
-Tómalo…- dijo Rebeca soltando la cadena que llevaba al cuello- guárdalo, te protegerá cuando ya no este.
Alex lo tomó y la delicada y fina cadena de oro resbaló por entre sus dedos como seda, abrazó a su mamá hasta que ambas cayeron dormidas, pero esta vez fue un sueño profundo y silencioso del que solo Alex despertó al día siguiente.

***

Cinco años más tarde, Alex todavía podía recordar con plenos detalles aquella terrible noche, el simple recuerdo invocaba a su memoria las últimas imágenes de su madre, no era así como quería recordarla, para ella Rebeca Cane seria eternamente joven y hermosa, nunca moriría en su recuerdo. Al día siguiente después del funeral, al que solo asistieron Matilde y ella pues esa había sido la última voluntad de su madre, algo intimo y sencillo, ambas tomaron un bus que las llevase lo mas lejos de aquel lugar que fuera posible, era un adiós definitivo, quería dejar el pasado atrás, Matilde creyó que era lo mejor para Alex, que quizás con el tiempo y la distancia algún día olvidaría. Llegaron a un pequeño pueblo en las afueras de la ciudad, ese no había sido su destino desde el comienzo, pero por algún motivo, que ninguna supo explicar, aquel lugar era su hogar y en él decidieron comenzar sus nuevas vidas.
-¡Alex! ¿Qué estás esperando? El bus está a punto de llegar- los gritos de Matilde se escuchaban desde abajo.
Su cuarto era el de una adolescente normal, y en cierta forma eso era lo que ella era, aunque no estaba muy segura de si el adjetivo “Normal” fuese exactamente el que ella utilizaría. La verdad es que cualquiera creería que a los diecisiete años ya eres lo suficientemente adulta como para poder tomar tus propias decisiones, elegir entre lo que está bien y mal, mantener el equilibrio cuando caminas y por lo menos tener, aunque sea, un poco de confianza en sí mismo; pero en Alex nada de eso se podía aplicar, por alguna razón Matilde nunca la dejaba tomar sus propias decisiones, muchas veces estuvo a punto de rebelarse en su contra, pero sabía que ella jamás elegiría algo que la dañara y eso se lo agradecía mucho, era lo más cercano a un familiar que tenia; pero por si todo eso no fuera poco parecía que su propio cuerpo estaba en guerra consigo mismo, era incapaz de dar tres pasos sin que sus pies consiguieran alguna protuberancia en el suelo con la cual tropezarse, o el hecho de que su cuerpo fuese tan distinto al de todas las demás chicas de su edad, aquellas piernas demasiado altas y aquel cuerpo delgado sin mucho por aquí ni mucho por allá, había crecido de repente de un día para otro, era una de las más altas de su instituto, situación que no era muy fácil ocultar cuando el promedio de los alumnos que estudian en el no sobrepasa los mil. Los únicos atributos que ciertamente tenía que reconocer eran sus hermosos ojos grises y su sedoso y largo cabello negro.
Alex se estaba mirando al espejo tratando de decidir que ropa ponerse para su primer día de clase, asistir al instituto y salir con vida, o al menos sin ganas de suicidarte, dependía básicamente de la primera impresión, un buen atuendo decidía entre pasar el año como la mujer invisible, como siempre lo había pasado, o lograr ser una de las populares, una de esas chicas a las que todos saludan cuando van por el pasillo o a quien el profesor concede una prórroga para entregar un trabajo, o una de esas que siempre se quedaba con el príncipe azul, pero claro la vida era injusta, todo apestaba y no había nada que pudiese hacer para cambiarlo, suspiró resignada mientras su figura se reflejaba en el espejo, había optado por ponerse unos jeans y un suéter blanco ajustado, dio media vuelta para tomar su bolso con sus libros, pero al hacerlo golpeo sin querer una de las fotos que estaba sobre la mesita de noche al lado de su cama, y esta cayó con un golpe seco en el suelo partiendo el cristal en varios pedazos. Una hermosa mujer le devolvía la sonrisa a través del cristal roto.
-Desearía que estuvieras aquí conmigo, te extraño todos los días…- su rostro se entristeció y la garganta comenzó a arderle por el esfuerzo de contener las lagrimas.
-¡Alex, baja de una vez si es que quieres desayunar!
Matilde había demostrado ser una excelente amiga y hermana mayor, incluso se podría decir que una gran madre sustituta. Se había mudado a la casa de los Cane cuando Alex tenía solo unos dos años de nacida, y la había adorado desde la primera vez que la vio, se convirtió en la mejor amiga de Rebeca y a los poco días de haber tocado a la puerta de aquella pequeña familia se había convertido en la nueva nana de Alexandra.
Era una mujer robusta de unos cuarenta y tantos años, con hermosos ojos negros que parecían guardar muchos y extraordinarios secretos, tenía una pequeña y respingada nariz y siempre llevaba el cabello corto rojizo atado en un perfecto moño, aunque no era tan joven ya, sus ojos siempre estaban llenos de vida y nunca dejaba de sonreír.
-¡Voy! ¡Ya casi estoy lista!- colocó cuidadosamente el portarretratos sobre la mesita de noche, dio un último vistazo al espejo, tomó su bolso y sus libros y bajó rápidamente al comedor.
No era una casa muy grande, la habían conseguido a un precio realmente bajo principalmente por el hecho de que se estaba cayendo en pedazos, les tomó un tiempo lograr convertirla en un lugar habitable, estaba pintada de un blanco un poco desgastado por el tiempo, las lluvias y el sol, en ocasiones el piso de madera crujía bajo sus pies y a veces en la noches el frío aire se colaba por las grietas en las ventanas; pero por lo demás a Alex le encantaba su casa, tenía un amplio jardín trasero donde podía pasar horas contemplando el cielo y escribiendo en su cuaderno. Siempre le había encantado escribir historias, cuentos fantásticos donde todo era posible, donde la vida normal de una simple niña pudiera verse rodeada de la noche a la mañana por maravillosas criaturas mágicas o terribles brujas y dragones, e incluso príncipes azules rescatando a la princesa encerrada en la torre, era como trasladarse a otro mundo, otro mundo en el que ella todavía tenía una familia.
-¡Tostadas! ¡Qué bien!- dijo Alex mientras tomaba una de un plato en medio de la mesa y la mordía.
Un leve crujido de madera indicó que la puerta de atrás de la casa, que daba directamente a la cocina, había sido abierta; era Sonia, la mejor amiga de Alex en todo el mundo. Tenían la misma edad y asistían juntas al mismo instituto, tenía un cabello rojizo rizado y bastante abundante, unos ojos verdes como aceitunas y pecas por toda la nariz. Se habían conocido el primer día en que Matilde y Alex se habían mudado, eran prácticamente vecinas, Sonia vivía en la casa de atrás junto con su mamá y sus dos hermanos mayores, Sam y Sebastián, el último acababa de graduarse y se había ido a vivir a la ciudad para ir a la universidad poco tiempo después de que se mudaran. Durante años la relación de Alex con Sam se pudo considerar como precaria, ninguno de los dos se soportaba, Sam se la pasaba gastándole bromas, como asustarla cada vez que se sentaba en el jardín a escribir o burlarse cada vez que se caía. Sin embargo mientras Alex fue madurando, un nuevo sentimiento comenzó a apoderarse de ella, las tontas riñas que tenían los dos ya no le causaban risa, no le agradaba que Sam se burlara de ella, ni disfrutaba inventando nuevas estrategias para vengarse, lo único que le importaba ahora era que el dejara de verla como una niña, como su hermanita menor; pero ciertamente pertenecían a mundos distintos, el era sexy y popular, capitán del equipo de football, estaba a punto de graduarse, era el chico más popular de todos al igual que su novia.
-Estoy que me muero de miedo- dijo Sonia sentándose a la mesa y comiéndose una tostada.
-Hay algo de jugo en el refri Sonia ¿Por qué no te sirves un poco?
-Gracias Mati pero la verdad es que apenas puedo comer… ¡Odio el primer día de clases!
-Sí, te entiendo, pero eh no vas a ir sola tontita, voy contigo- aseguró Alex.
Sonia era como la hermana que nunca tuvo, se parecían bastante, aunque no físicamente, era más como “Espiritualmente” si es que eso existía. A veces no necesitaban palabras para saber lo que la otra sentía, conocían todos sus secretos y los guardaban como si fuesen suyos, era de ese tipo de amistad que no se pierde con el tiempo.
Entre risas nerviosas terminaron de comer, recogieron todas sus cosas a la carrera, se despidieron de Matilde y echaron a correr hasta la parada del bus escolar. Ya dentro de este buscaron dos puestos libres para sentarse, Alex casi se va de boca cuando el bus dio una vuelta, al fin consiguieron donde sentarse.
A pesar de ser lindas e inteligentes no eran populares, la popularidad en sí se media por la cantidad de miedo que podías producir en los demás. Las “plásticas” o “Barbies”, como ellas las llamaban, eran las que realmente gobernaban en el instituto, todas las chicas tenían que pasar por su radar y luego ellas emitían su veredicto, decidiendo quienes eran dignos de llamarse a sí mismos “populares”, y Alex y Sonia, ciertamente no estaban en su lista.
Marla, Laura y Clara eran las “Barbies”, las peores del instituto, su tiranía era muy bien conocida por todos, eran capaces de arruinar tu vida con unas cuan tas palabras, contaban con todo lo que la vida te puede ofrecer, eran hermosas, con cuerpos perfectos, de familias perfectas y adineradas, padres que prácticamente eran dueños del pueblo, y por supuesto suficiente dinero como para comprar la inteligencia que les diera la gana. Y claro no estaba de más tomar en cuenta que Marla, era la novia de Sam.
-Vaya, vaya, miren quienes están aquí chicas- la voz de Marla hizo que todos los que estaban cerca voltearan a ver.
-¿Quién te vistió Alex? ¿Una monja ciega?- preguntó.
Las sonoras carcajadas de todos los que estaban en el pasillo del instituto hicieron que Alex se ruborizara.
- ¿Y tú te peinaste? ¿O solo sacaste la cabeza por la ventanilla del auto y dejaste que el viento se encargara? – Replicó Sonia y las risas fueron aún más fuertes y prolongadas hasta que la gélida mirada de Marla hizo que todos se callaran.
Mientras la marcha de los estudiantes reiniciaba y todos se alejaban, Marla se acercó a ellas y susurró unas cuantas palabras solo para que Alex la escuchara.
-Esto no se queda así – Dijo – Me la vas a pagar cuando tu amiguita no esté cerca. – Y dando la vuelta se marchó con sus dos amigas, o guardaespaldas, que era más lo que parecían.
-Comienza el infierno otra vez – Dijo Alex más para sí misma que para Sonia.
La mañana transcurrió como cualquier otra, la primera clase era lengua, una de las favoritas de Alex, le agradaba la profesora Díaz, una mujer bastante pequeña de cara redonda y nariz respingona que siempre estaba hablando de literatura. Ahora, la segunda clase era la materia que mas aborrecía, física, impartida por el temible profesor Bernard, un hombre bastante robusto, con grandes cachetes colorados y poblado bigote negro; todos lo odiaban, parecía que su meta no era enseñar, si no aumentar cada año el número de alumnos que salían mal.
Cumplieron con el acostumbrado ritual de primer día de clase, saludar a todos los que conoces e intercambiar un par de historias aburridas que no les interesaban a muchos, escuchar los chismes mas nuevos, hablar un poco sobre las vacaciones y luego despedirse para ir a la siguiente clase.
A la una en punto de la tare sonó el timbre que muchos estaban esperando, una horda de adolescentes de todas las clases y tamaños se congregaron en la cafetería del instituto para disfrutar de unos cuantos minutos de relajación y tomar algo de la horrible comida que por lo general vendían ahí. El inmenso edificio blanco y con grandes ventanales, que era la cafetería, estaba completamente atestado, pero no les tomó ni un minuto a Sonia y Alex conseguir a sus demás compañeros de curso. El ambiente se dividía como de costumbre en diversos grupos; en el ala izquierda estaban los atletas y las porristas, eran un grupo bastante reservado pero de vez en cuando aceptaban uno que otro nuevo integrante; el ala derecha estaba integrada por los cerebritos, chicos y chicas con solo una cosa en la cabeza, estudiar, su grupo no era para nada reservado, pero estaba el pequeño detalle de que nadie se quería sentar con ellos. También estaban aquellos de aspecto un poco excéntrico a los que la mayoría de las personas evitaba, principalmente porque les tenían miedo; en el centro, como las realezas, se alzaba la mesa de los populares, chicas y chicos de cuerpos y rostros perfectos que gozaban de todas las facilidades que el dinero les podía proporcionar, por supuesto nadie se acercaba sin el exclusivo permiso de ellos; y justo en el fondo de aquella pequeña jungla, en una mesa bastante apartada de todo, estaban ellos, personas que no eran ni atletas, ni cerebritos, ni excéntricos, ni mucho menos populares, “los invisibles”, aquellos a los que prácticamente nadie les prestaba atención.
La mesa de los invisibles estaba integrada por Anna; una chica bastante extrovertida y divertida, con un fuerte temperamento, a la que nunca le importaba lo que los demás pensaban y que disfrutaba con ser una de las invisibles; Claudia, alta, rellenita, divertida y bastante parlanchina; Karla, baja, alegre, de cachetes colorados y que hablaba realmente rápido; Rafa, rellenito y cachetón, con el cabello siempre peinado en puntas con gel y Ricky un chico bajito y delgaducho, de cabello liso rojizo y bastante pecoso; Sonia y por supuesto Alex, juntos eran los “Invisibles”, pero a demás de eso, todos eran grandes amigos, no les importaba mucho no estar entre los populares o los atletas, les agradaba pasar desapercibidos; Alex hubiese podido decir lo mismo si no fuese por el hecho de que eso para ella era prácticamente imposible, al parecer a Marla y sus amigas les encantaba meterse con ella.
-¿Cómo te fue en las vacaciones? – le pregunto Karla a Alex.
-Ahh… Bien…ya sabes normal - Dijo, ya estaba un poco cansada de responder a la misma pregunta, así que volteó y comenzó a escuchar a los demás.
A su izquierda Sonia estaba inmersa en una conversación con Rafa acerca del último concierto de una banda de la que Alex no tenía ni idea que existía, y al que al parecer habían asistido ambos; a su lado Anna, Claudia y Ricky hablaban sobre sus vacaciones.
-Todavía piensa en Sam ¿No?- preguntó Karla en tono bajo, solo para que Alex la escuchara.
Eso era algo que le agradaba y a la vez le molestaba de Karla, siempre parecía saber en que estabas pensando, era muy intuitiva, algo bueno cuando estas fastidiada en alguna reunión con ella y te quieres ir a casa sin parecer grosera, pero en otros casos, como aquel, era bastante incomodo porque Alex ni siquiera e había percatado de que estaba pensando en él y eso la hacía preguntarse si tal vez se le notaba en el rostro.
-Aaahh… lo normal… - Respondió, y acto seguido se puso tan roja como un tomate.
-Ahora puede ser tu oportunidad, escuche en el baño que Marla y Sam terminaron hace un mes.
Ahora Alex le prestaba completa atención, eso era algo de lo que no estaba enterada, ¿Cómo era posible que ella, siendo la mejor amiga de la hermana de Sam, no supiese que habían terminado?
-¿Estás segura de eso?- preguntó tratando de esconder la curiosidad
-Completamente – Aseguró Karla- Sofía los escucho peleando en el cine esa noche, y por si no lo has notado, no están sentados juntos.
Era verdad, no se había dado cuenta, pero todo indicaba que aquel rumor era verdad, Marla estaba sentada con sus amigos en la mesa de los populares y Sam en la de los atletas, ninguno se veía, Sam parecía de lo más normal, reía y hablaba como de costumbre, sin embargo Marla estaba más callada, y ahora que sospechaba que era verdad que habían terminado, se veía incluso amargada.
-¿Sabes por qué terminaron?- preguntó Alex, ya no le importaba que se notara su curiosidad o alegría.
-Por lo que escucho Sofía Sam estaba cansado de ella, le había dado varios ultimátum para que cambiara y dejara de ser tan frívola e interesada y como vemos no lo logró- Concluyó Karla.
Así que al fin Sam se había dado cuenta de la clase de persona que era Marla, o quizás siempre lo supo y solo esperaba que algún día cambiara. La imaginación de Alex vagó rápidamente entre nítidas imágenes de ella y Sam tomados de la mano caminando por los pasillos de la escuela, de ambos sentados en la misma mesa con todos sus amigos riendo y charlando, pero antes de que su imaginación fuese más lejos Sonia interrumpió el hilo de sus pensamientos trayéndola de un solo jalón a la realidad.
-Vamos a llegar tarde a biología- Urgió Sonia mientras se paraba de un salto y tomaba a Alex por un brazo.
En biología les tocó ver el interior del ojo de un animal y cuando Alex se paró de la silla para buscar su bandeja en el escritorio del profesor, tropezó con una pila de libros cerca de su mesa de trabajo y cayó de bruces al suelo mientras su ojo salía rodando hasta el final del aula entre las risas y burlas de sus compañeros de clase.
La alegría y la desilusión llegaron a Alex minutos después de terminar las clases, cuando Sonia se acercó a la cartelera de noticias y señaló un gran cartel rosa que anunciaba que la fiesta de bienvenida iba a tener lugar esa misma noche en el gimnasio de la escuela.
-¡Genial! Tenemos que ir- dijo Sonia de forma suplicante a su amiga.
Alex la miró indecisa durante unos minutos sin saber que decir.
-Ya sabes cómo es Matilde de sobre protectora y todo, jamás me dejará i…- pero la frase quedo en el aire cuando Sam se acercó a ellas en medio de la multitud y desordenó el cabello de Alex como de costumbre.
-¿Hablaban de una fiesta?- su sonrisa hizo que Alex se quedara con la boca abierta, pero Sam pareció no notarlo – definitivamente me hace falta algo de diversión- Agregó mirando fijamente a la cartelera antes de voltearse y preguntar.
-¿Vas a ir Alex? ¿O tienes otro asunto importante al que asistir? – preguntó en tono irónico.
Matilde era demasiado sobre protectora, se la pasaba toda la noche abriendo y cerrando la puerta de su habitación solo para comprobar que Alex seguía en ella; hablare de temas como fiestas era tabú en la casa, principalmente porque Matilde inventaba cualquier excusa para convencer, o sería mejor decir obligar, a Alex a que se quedara en casa, “Que si te pueden secuestrar caminando sola en la noche por la calle”, “La inseguridad llegó incluso a este pueblo”, “Ahora hay muchos locos por la calle”, “¿Has visto cuantos estudiantes en todo el mundo se han vuelto locos y han disparado contra sus compañeros?”, estos eran solo algunas de las frases que utilizaba cada vez que Alex pedía permiso para asistir a alguna fiesta.
A pesar de Matilde ser enfermera, por alguna extraña razón siempre había logrado quedarse con los turnos diurnos en el hospital, por lo que escaparse de casa era misión imposible para Alex, era una cautiva en su propia casa, y a pesar de ser capaz de rebelarse contra Matilde y simplemente salir a donde quisiera, la verdadera razón por la que no lo hacía era por su promesa. A pesar de que ahora pensaba que quizás las últimas palabras de su madre no eran más que desvaríos, le gustaba mantener en pie la única cosa que ella le había pedido, no salir en las noches si podía evitarlo. No sabía qué clase de petición tan absurda era aquella, ¿Cómo iba a evitar salir en las noches? Eso estaba bien para niñas de menos de doce años, pero ella ya iba a cumplir los dieciocho, pronto se graduaría e iría a la universidad, ¿Cómo iba a lograr seguir cumpliendo aquella promesa?
Alex decidió que si algún día iba a romperla, ese día iba a ser hoy, no ganaba nada tratando de cumplir una estúpida promesa y esta noche era importante, por fin Sam estaba solo y quizás esta noche sucediera lo que había estado esperando prácticamente toda su vida.
-La verdad es que no tengo nada que hacer – Dijo – Y como acabas de decir, a mí tampoco me vendría nada mal un poco de diversión – Agregó ante la mirada de asombro e incredulidad de Sonia.
-¿Estás loca? – Le pregunto Sonia jalándola por el brazo una vez que Sam se hubo marchado - ¿Exactamente cómo piensas hacer que Mati te deje ir? Siempre te he rogado que vengas conmigo y, siempre, me sales con que no te dejan.
-Y así es, pero ya basta, me canse de ser la niña obediente- dijo soltándose de la mano de Sonia – Quiero salir y divertirme por primera vez en mi vida, me lo merezco, estoy cansada de estar encerrada a causa de una entupida promesa que no tiene razón de ser.
-Está bien, está bien- replico Sonia- sabes que te apoyo, no la pagues conmigo.
La tarde había caído más rápido de lo habitual, al terminar las clases ambas salieron de aquel asfixiante edificio y comenzaron a caminar en dirección a sus casas, preferían caminar de regreso, de esa manera tenían toda la privacidad del mundo para hablar sobre todo lo que habían visto en el instituto, sobre lo que les habían contado, sobre los chicos nuevos, sobre los chicos viejos, en fin, de todo aquello de lo que no podrían hablar libremente de encontrarse en el bus escolar.
-¿Cuál es tu plan? – Preguntó Sonia, mientras sacaba una pinza del bolso y se amarraba el cabello.
-Ninguno, solo voy a decir que voy a una fiesta.- respondió Alex decidida a no obtener un no como respuesta.
El camino a casa se les hizo más cerca que de costumbre, rápidamente recorrieron las tres cuadras que separaban el instituto de sus casas. Por primera vez en su vida Alex anhelaba que llegara rápido la noche, miles de imágenes demasiado perfectas se arremolinaban en su cabeza haciéndola hiperventilar, de repente se dio cuenta de que no tenía ni idea de que se iba a poner.
-Definitivamente algo que impacte- dijo Sonia.
-Si… definitivamente – para callarle la boca a Marla. Pensó Alex.
Esto era en parte cierto, pero la verdad a quien quería impactar era a Sam, quería que se diera cuenta de que ella estaba allí, que por primera vez no la viera como una niña, y para lograr eso tenía que dejar de vestirse como tal, esta era su oportunidad y no lo iba a arruinar.
El olor a galletas recién horneadas impregnaba la casa cuando Alex abrió la puerta.
-Estas en casa, que bien, necesito hablar contigo- la voz de Matilde se escucho desde la cocina.
-Sí, la verdad es que yo también quiero hablar contigo- Dijo Alex un poco nerviosa, aunque decidida – Esta noche es la bienvenida…
Pero antes de que pudiera terminar la oración, una Matilde muy atareada la interrumpió para darle la noticia más feliz de su vida, ya no tendría que pedir permiso.
-Ah que bien – Murmuró Matilde distraídamente – Escucha acabo de recibir una llamada urgente del hospital, al parecer Bonny no puede hacer la guardia nocturna, y las únicas disponibles somos Maggy y yo, y Maggy se tiene que ir de viaje esta noche así que …
-¡Genial! – Gritó Alex llena de alegría, y al darse cuenta de su error cambió rápidamente su expresión a una más seria rogando que Matilde no se hubiese dado cuenta - ¡Ah ya! Entiendo, no te preocupes, me quedaré viendo alguna película – Replicó de la forma más resignada que pudo.
-Me alegro que entiendas, no volverá a ocurrir, te lo prometo…en fin, ¿Qué era lo que me ibas a decir? – Preguntó distraídamente vaciando todo el contenido de su bolso en la mesa.
-No nada, nada importante – Mintió - ¿A qué hora te tienes que ir?
-En veinte minutos – Contestó – Dejé algo de comida en el refrigerador, caliéntala en el micro, y en la mesa hay galletas…
Esto era más que perfecto, no había necesitado pedir permiso, era obra del destino, después de todo… ¿Qué podría pasar? Solo era una fiesta con puros adolescentes y vigilada por los mismos profesores, Matilde no tendría que enterarse nunca, llegaría a casa antes de que ella regresara del hospital.
-Ojos que no ven… - Murmuró Alex por lo bajo.
-¿Dijiste algo? – Preguntó Matilde dándole vueltas al bolso vacío.
-No, nada…voy arriba.
-¿Has visto mis lentes? – Preguntó desesperada.
-Los tienes en la cabeza.

***

El teléfono de Sonia no dejaba de sonar, ya era la cuarta vez que marcan, ¿Qué podía ser tan urgente? Salió disparada del baño envuelta precariamente en una toalla blanca salpicando de agua todo a su alrededor, le costó unos segundos conseguir su celular entre el desastre de ropa que había sobre su cama.
-¿Diga?- preguntó al fin.
-¡Soy libre! – Gritó la voz de Alex por el otro lado del teléfono.
-¿De qué hablas?
-Estoy pensando en ponerme el vestido blanco de tiras que compre hace un mes, aun no lo estreno – respondió Alex sin poder contener la alegría.
-¡Mentira!, no puede ser ¿Cómo lo hiciste?
-La verdad es que no tuve que hacer mucho.
Alex le contó todo lo que había sucedido a Sonia, sin dejar de repetir una y otra vez que era cosa del destino, que esta noche era su noche de suerte, que podía sentirlo en todo su cuerpo, algo increíble iba a suceder. Su voz estaba al borde de la locura, sin embargo a Sonia no le hacía mucha gracia todo aquello.
-Pero… ¿Y si te descubren Alex? – Preguntó un poco asustada.
-Ya me ocuparé de eso si sucede – Respondió Alex con presteza y ambas comenzaron a planear como ir a la fiesta.
***
El auto de Sam no era un nuevo modelo y en algunas partes la pintura negra había perdido algo de brillo, el mustang (…) del año (…) era su preciado bebé, todos los viernes en la tarde se le podía ver en plena calle en unos shorts y sin camisa, con su perfecto cabello mojado lavando el coche, era una imagen por la que Alex habría dado ambas manos, pero la sola imagen de Sam en aquel auto yéndola a buscar hacia que su corazón saltara.
-Muy bien princesa, por fin fuera de su castillo en la noche – Bromeó Sam a la vez que imitaba los gestos propios de un caballero, aunque mucho mas exagerados – Su carroza espera – Concluyó abriéndole la puerta.
En sus jeans desgastados, su camisa negra favorita y su infaltable chaqueta de cuero Sam lucia perfecto. Su cabello castaño ondeando en el viento, haciendo resaltar sus perfectos ojos verdes, su sonrisa torcida, la forma en a que se le hacia un pequeño hoyuelo en la mejilla, parecía un espejismo, uno de esos adonis que normalmente describen en las novelas, un metro ochenta y cinco de puro encanto. Tampoco ella estaba tan mal, había logrado combinar perfectamente el vestido blanco sencillo que había comprado con unas sandalias bajitas de forma que no estuviera muy elegante, no era un baile formal, lo cual hizo que Alex casi perdiera la cabeza cuando se imagino los distintos tipos de conjuntos informales que podían llevar los demás y los que ella misma tenia, ¿Cómo lucir informal y sencilla cuando querías que todos, en especial Sam voltearan a verte?
La idea de que Sam la pasara buscando había sido de Sonia, quien estaba demasiado preocupada por la suerte que podría correr Alex si la descubrían escapándose, por lo que había ideado todo un plan para que nadie la viera caminando por la calle en plena noche, esto por supuesto, no era una mala idea desde el punto de vista de Alex, quien prácticamente moría por la sola idea de llegar al baile con Sam, aunque claro Sonia estaría con ellos y eso hacía que su fantasiosa escena romántica se le escapara de las manos.